La juventud sabe que no hay mejor escuela que la participación

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La juventud. Esa época de la vida tan preciada en la que todo el futuro está por delante. El potencial de los muchos caminos, el ímpetu por conocer el mundo, la energía para recorrerlo. Según Naciones Unidas, la juventud es la etapa que va desde los 15 hasta los 24 años de edad y bajo este criterio se puede afirmar que América Latina goza de una juventud sin precedentes: una sexta parte de la población de la región es joven. Sin embargo, la juventud latinoamericana, lejos de gozar de una vida plena que le permita desarrollar ese potencial, constituye un grupo social tan diverso como vulnerable. Si cuatro de cada diez jóvenes en la región son pobres, entonces, ¿qué se puede esperar del futuro?

Las generaciones futuras en riesgo

Los jóvenes en la región enfrentan una serie de factores de riesgo que los hacen todavía más vulnerables que las personas adultas. Según un estudio del Banco Mundial, en Latinoamérica hay 20 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan, los llamados “ninis”. Esto representa casi uno de cada cinco jóvenes de la región sin perspectivas de desarrollo ni oportunidades de vida. Muy frecuentemente, los jóvenes se ven obligados a abandonar la escuela, empujados por la necesidad de colaborar con otro ingreso en sus familias. Son cerca de 30 millones los jóvenes que trabajan de manera informal y en condiciones difíciles.

Por otro lado, los jóvenes se ven afectados por otro tipo de factores, como las adicciones y los problemas con las autoridades asociados a la penalización del consumo de sustancias psicoactivas. En este sentido, muchos jóvenes se encuentran en una situación de abandono que los hace especialmente vulnerables a ser reclutados por bandas criminales. La Mara Salvatrucha, una de las pandillas más grandes y peligrosas del mundo, se conforma en su mayoría por niños y jóvenes de entre 13 y 21 años de edad, quienes son usados para cometer delitos que van desde el narcotráfico hasta el asesinato. La falta de oportunidades, el desamparo y la pobreza son los principales factores que empujan a los jóvenes a unirse a bandas criminales, aunque muchas veces también son reclutados por la fuerza. En este sentido, niños, niñas y jóvenes migrantes y aquellos que viven inmersos en conflictos armados o en desastres naturales son lo más vulnerables.

Las niñas y las mujeres jóvenes enfrentan, además, riesgos adicionales que vienen dados por su condición de mujeres. América Latina tiene la segunda tasa más alta de embarazos adolescentes del mundo: cuatro de cada diez mujeres de la región se embarazan antes de los 20 años. Al mismo tiempo, la mortalidad materna es una de las principales causas de muerte entre las adolescentes de la región. Por otra parte, niñas, niños y adolescentes son especialmente vulnerables a ser víctimas de la trata de personas. Si bien no existen cifras exactas, la UNICEF estima que la mitad de las víctimas de la trata son menores de edad, que son utilizados para fines diversos: la explotación sexual, laboral, el trabajo doméstico, el matrimonio forzado e incluso la mendicidad.

El desarrollo sostenible se aprende

En 2014, Kailash Satyarthi y Malala Yousafzai ganaron el premio Nobel de la paz por su lucha en favor de los derechos de las niñas y los niños del mundo. Ambos, desde sus respectivos activismos, han centrado sus esfuerzos en un tema: la educación. En palabras del propio Kailash Satyarthi: “No se puede erradicar la pobreza y el desempleo en adultos hasta que el trabajo infantil sea completamente abolido”. El mensaje no solamente hace hincapié en el derecho intrínseco de niñas, niños y jóvenes de vivir una vida plena y de recibir una educación, sino además deja ver que esos derechos cumplidos son fundamentales para construir el desarrollo del mañana.

Así, el gran reto para Latinoamérica es generar estrategias de inclusión para la juventud, con énfasis especial en la educación y el conocimiento. Pero no solamente de educación se trata: hoy en día, el desarrollo sostenible ya no pasa únicamente por hacer valer los derechos de la niñez y la juventud, sino más bien por empezar a hacerlos partícipes de los procesos de democratización, escuchando sus voces y poniendo en práctica sus propuestas. Que ya no sean meros beneficiarios, sino actores de los procesos de transformación social. El potencial de la humanidad es el potencial de la juventud. Y la única forma de realizar el potencial es a través de la educación. En palabras de la joven Malala Yousafzai: “Un niño, un profesor, un libro y un bolígrafo pueden cambiar al mundo. La educación es la única solución”.

Chile viene demostrando al mundo que esos procesos de transformación social, al menos desde la interpelación al modelo existente, son liderados por jóvenes. En 2013 fueron estudiantes los que se unieron para reclamar cambios en el sistema educativo y en el costo de la educación. En 2019, nuevamente fueron jóvenes los que iniciaron las masivas manifestaciones públicas reclamando cambios estructurales en el sistema democrático y en el modelo de desarrollo económico. Hoy, los jóvenes son actores fundamentales en el impulso del plebiscito para reformar la constitución chilena convocado para abril. Son jóvenes que tienen bien claro que con este presente no tienen futuro y que con estos adultos no tienen presente. Por eso, se educan en las escuelas, pero se forman en la participación cívica.

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