Hacia una teoría ética de la empresa

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IPADE

Raúl Franchi, profesor del área académica de Factor Humano del IPADE Business School

 

Toda actividad humana posee potencialmente su propia excelencia, por lo que hemos de preguntarnos cuál es la excelencia en el arte de dirigir empresas y si estas deben ser dirigidas de manera virtuosa y en un marco de justicia para ser más eficaces y rentables.

Una teoría ética de la empresa es una teoría de la racionalidad humana para la producción y el consumo, si entendemos por racionalidad el uso ordenado de la inteligencia y la voluntad. En la empresa prevalece una racionalidad instrumental que coloca al beneficio por delante. Es verdad que la empresa existe para crear riqueza, pero ¿riqueza para quién? Este es el punto medular y la racionalidad que maximiza la utilidad como propósito último es una versión del hombre que minimiza la moral.

Metodológicamente se asume que la empresa es una colección de individuos egoístas, que no se atacan porque necesitan hacer más negocios, o porque temen ser castigados.  Admitamos que este es un rostro común en el hombre, pero es también irreal en tanto no representa la altura que puede alcanzar, o a la que suele llegar cuando tiende a la perfección de su ser constitutivo y a su verdadera finalidad.

Para explicar los mecanismos internos de la elección conviene entender, primero, la racionalidad anclada al menor costo y al mayor beneficio. En un extremo, el deseo de beneficios como fin último y exclusivo se explica porque hombre vive atado a su precaria condición existencial, que le produce incertidumbre  y ansiedad. Busca mitigarla mediante la riqueza, que le brinda tres seguridades: una económica, al proveer excedentes semejantes a graneros para no padecer hambre; otra social, para ser “alguien” a los ojos de los demás; finalmente la seguridad del gozo personal, porque el dinero abre las puertas a tantos placeres como puede comprar. Son tres motores, el patrimonio, el prestigio y el placer, que mueven la economía del mundo, a los cuales debemos agregar un cuarto motor, el deseo de poder.

Estos cuatro deseos son los que el genio de la lámpara del mercado puede conceder, así como el fundamento de las elecciones pretendidamente racionales de sus agentes. No debemos criticar al mercado, sino a la tiranía del deseo que desatan sus actores, movidos exclusivamente por el motor del dinero. Esta lógica desordenada somete al hombre a la economía, en lugar de subordinar la economía a sus necesidades. Lo que está en juego son los ideales de triunfo y felicidad propagados por el mercado y su prima hermana la cultura.

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