Después de la pandemia… ¿viene la calma?

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POR FEDERICO MORALES DONDÉ

 

La COVID-19 aceleró las tendencias que ya existían, impulsándolas con una velocidad de despegue que ha transformado organizaciones, sociedades y a nosotros mismos, generando y destruyendo fortunas, creando un mundo que ya no volverá a ser el mismo. Llegados a este final del principio, donde ya vislumbramos el término de la pandemia, es el momento de preguntarse qué permanecerá y qué volverá a ser como antes.

 

Quizá el elemento más llamativo de la transformación provocada por la pandemia del coronavirus ha sido la virtualización de nuestras relaciones sociales y laborales, por ejemplo, la plataforma de comunicación Zoom ha pasado de diez millones de usuarios a trescientos millones en tan solo un año y ya forma parte de lo cotidiano, habiendo redefinido las relaciones de trabajo, el trabajo en sí mismo, la educación, los viajes y hasta las relaciones sociales. Pocos elementos representan tan bien el cambio como la virtualización que hemos vivido de la mano de esta y otras tecnologías.

 

Esta virtualización del trabajo y de las relaciones sociales está teniendo consecuencias importantes en nuestra concepción del trabajo, así como en nuestra manera de llevar el día a día. Por ejemplo, la ciudad como espacio donde “vivir” vuelve a ser importante, y la movilidad pasa a un segundo plano, donde los espacios de oficinas se reducen y las calles se transforman en espacios verdes… Esta es la ciudad pos-COVID-19. Ciudades marcadas por el trabajo a distancia, en las que las barreras entre empleo y vida privada se han difuminado hasta desaparecer. Los ciudadanos somos más prudentes e intentamos utilizar menos el transporte público, mientras que la inversión en transportes sustentables y aplicaciones digitales que asisten nuestra movilidad se han visto al alza en el mercado hasta en un 30 %.

 

Durante este tiempo hemos asistido a una explosión sin precedentes del e-commerce (comercio electrónico), así como una transición hacia lo digital en actividades que antes ni siquiera considerábamos. Es aquí donde la inteligencia artificial, el cloud computing y los robots se han vuelto parte de nuestra vida.

 

Esta necesidad de competir con mayor intensidad ha hecho que muchas organizaciones trasladen su ingeniería e instalaciones de hardware a la nube. No solo eso; la percepción de la urgencia y la profundidad de la transformación, así como la conveniencia de disponer de marcos públicos que ayuden a las empresas, países y regiones a contar con ventajas competitivas, ha impulsado el diseño y la creación de estrategias de país en temas transversales como la inteligencia artificial. En un lapso de apenas dos años las economías más desarrolladas han contribuido, con sus estrategias nacionales, a la intensificación de esta competición global y a la aceleración del mundo pos-COVID-19.

 

La consecuencia de estos dos factores ha sido la aparición de propuestas disruptivas que nos permitían funcionar en el mundo COVID-19. Todos las conocemos: las reuniones virtuales, las clases a distancia en escuelas y universidades, el dominio del e-commerce y los riders (repartidores a domicilio), la transición de todos los negocios a un entorno lo más virtual posible, incluso los robots low-cost en China, que realizan las funciones de los camareros por una fracción del precio y con mayor eficiencia.

 

Pero el punto clave de estas propuestas es identificar cuáles son las que llegaron a nuestra vida de manera individual y cuáles llegaron para que nos adaptemos como sociedad. Claramente, encontramos que algunas de estas propuestas disruptivas lo han conseguido, tal es el caso de las reuniones virtuales, el e-commerce y la comida para llevar. También en el mundo empresarial, el uso de cadenas automatizadas en almacenes o la penetración de metodologías de trabajo necesarias en una hoja de vida que se han generalizado, así como el uso del cloud computing en detrimento de los data centers corporativos, debido a los niveles de agilidad y seguridad que proporcionan, al tiempo que permiten traspasar una gran parte de las tareas a la nube, desplazándolas de la organización.

 

Obviamente, los significados sociales establecidos tienen un papel importante. En el caso de las compañías tecnológicas, si unas empresas ofrecen teletrabajo y otras no, probablemente los mejores especialistas, aquellos que puedan elegir, elegirán las que sí. La pregunta lógica a la conclusión que estamos ya consolidando en nuestra mente por tanto sería ¿Qué pasará con aquellas organizaciones que compiten con menor intensidad, como, por ejemplo, las universidades? Estas pueden optar por volver al sistema tradicional, o bien por incorporar la enseñanza online y los sistemas híbridos a partir de ahora, aprovechando el “bootcamp de enseñanza online” que la pandemia ha forzado y la reconversión que ha producido en el profesorado.

 

Una vez más, la respuesta se encuentra en la forma de competir y en la alineación con el mercado. Sin duda, habrá universidades que reivindiquen un pasado, aunque cercano en el tiempo lejano en nuestras experiencias. También empresas. Si los consumidores, -la demandano están allí porque se han construido otros consensos sociales de lo que es el trabajo, la educación, la sanidad… solo les quedarán mercados nicho, una progresiva irrelevancia. Nadie puede sustraerse al mercado.

 

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