Lo que prometía ser un salto hacia el futuro tecnológico se ha convertido en motivo de preocupación en el suroeste de Memphis. En una fábrica abandonada de Boxtown —una comunidad históricamente marginada— la empresa xAI, propiedad de Elon Musk, instaló Colossus, la que presume como la supercomputadora más grande del mundo. Su misión: entrenar inteligencia artificial avanzada. Pero detrás del discurso innovador, sus turbinas de gas han encendido las alertas por su alto impacto ambiental.
La operación de Colossus requiere 35 turbinas de gas que emiten contaminantes como óxidos de nitrógeno, formaldehído y partículas finas, todas vinculadas a enfermedades respiratorias, cardiovasculares e incluso cáncer. A pesar de no contar con permisos de aire vigentes, la empresa ha funcionado amparada en vacíos legales, mientras vecinos con afecciones pulmonares denuncian el incremento del riesgo sanitario.
El proyecto llegó con promesas de desarrollo económico, empleos y recaudación fiscal. No obstante, líderes comunitarios cuestionan si los beneficios serán realmente para los habitantes de Boxtown, una zona ya saturada de industrias contaminantes. La instalación se suma a una refinería, una planta siderúrgica y una central de gas que han convertido el aire limpio en un lujo escaso.
La tensión no solo es ambiental, también política. Bajo la administración de Trump, con recortes en justicia ambiental y mayor flexibilidad regulatoria, los grandes proyectos tecnológicos encuentran terreno fértil… pero en barrios vulnerables. Lo que debería ser una historia de progreso se torna en un nuevo capítulo de desigualdad y desprotección.
El caso de Memphis plantea una pregunta urgente: ¿vale la pena acelerar la innovación si implica sacrificar la salud y el entorno de quienes menos tienen? La respuesta, para muchos en Boxtown, es tan clara como el derecho que exigen: poder respirar sin miedo.
