En pleno 2024, la desigualdad salarial entre hombres y mujeres sigue siendo una deuda pendiente en México. De acuerdo con la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) elaborada por el Inegi, las mujeres percibieron en promedio 7,905 pesos mensuales, mientras que los hombres alcanzaron 12,016 pesos. Esto equivale a una brecha del 34% o poco más de 4,100 pesos cada mes.
Más que una diferencia monetaria, esta cifra representa un problema estructural que limita el acceso de millones de mexicanas a vivienda, salud, ahorro y autonomía económica. Como advirtió el especialista Mauricio Rodríguez, “por cada peso que ganan los hombres, las mujeres reciben solo 66 centavos”.
El informe también arroja datos reveladores sobre el impacto de la maternidad. Mientras los ingresos de los hombres tienden a aumentar con el número de hijos, en las mujeres ocurre lo contrario. Las madres con un solo hijo tienen el pico de ingresos, que va disminuyendo con cada nuevo integrante. La penalización de la maternidad —por licencias, ausencias o responsabilidades de cuidado— sigue presente, sin que existan políticas públicas o empresariales suficientes para contrarrestarla.
A esta realidad se suma la “trampa del cuidado”. De los 31.7 millones de personas cuidadoras en el país, el 75% son mujeres, según la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC). Estas labores, no remuneradas ni visibilizadas, limitan su incorporación y permanencia en el mercado laboral, lo que agrava la desigualdad.
La participación laboral femenina ha permanecido estancada entre 43% y 46% en los últimos 10 años, muy por debajo del 67% promedio de los países de la OCDE. Esta baja inclusión limita las posibilidades de ascenso, negociación salarial y acceso a empleos de calidad. Además, el “techo de cristal” sigue presente: mientras que los hombres alcanzan sus mayores ingresos entre los 40 y 59 años, las mujeres los obtienen antes, entre los 30 y 49, para luego descender.
Cerrar esta brecha requiere más que reformas legales. Implica un compromiso decidido del sector privado para incorporar prácticas como transparencia salarial, esquemas de corresponsabilidad, promoción de liderazgos femeninos y beneficios con enfoque de género.
La igualdad salarial no es solo una cuestión de justicia social, también es una inversión estratégica. Es momento de transformar los discursos en acciones concretas, porque la equidad no llegará sola. Hay que construirla.



