Fraterna experiencia humana… la solidaridad

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Fraterna experiencia humana… la solidaridad

Frente al mal absoluto solo queda la solidaridad.

Albert Camus

La revolución francesa de 1789 colocó como valores supremos del nuevo proyecto humano: la fraternidad, la igualdad y la justicia. Los tres se entrelazan con una idea central de la condición humana, que hace al ser humano serlo, que esencialmente lo determina, lo hizo y lo hace… lo transforma, se trata de la Solidaridad. La solidaridad es un valor supremo, fue el motor generador y transformador de la humanidad. Si pudimos dejar atrás nuestra extraña condición de neandertal, para llegar a nuestro estado de homosapiens, es fundamentalmente por nuestra condición solidaria.

Max Weber planea la transformación de la Comunidad en Sociedad a partir de la superación de la solidaridad. Hemos dejado de lado nuestra hermandad humana, para dar paso a relaciones racionales de intercambio. Nuestras relaciones ya no están determinadas por nuestra pertenencia comunitaria que nos hermana, sino, que se trata de relaciones de intercambio, donde ambos interlocutores obtienen un beneficio en el trato con el otro.

El otro, el humano en sí, lo que somos y nos determina se ha dejado de lado por nuestra capacidad de intercambio, que bien puede traducirse en nuestro nivel adquisitivo, en la suma de conocimientos que se enlistan en un currículo. Las cuales dan cuenta de nuestras habilidades para desarrollarnos en el mercado laboral.

Hoy existimos gracias a la constancia de dicho intercambio y no necesariamente a nuestra condición esencial: la humana.

Albert Camus plantea el dilema de la solidaridad como una respuesta esencial para superar la crisis. Camus pensaba fundamentalmente en la experiencia del Nazismo… el número de muertos de la segunda guerra mundial según diversas investigaciones son de 60 millones de personas; 60 millones de mujeres, varones, niños, jóvenes. La experiencia de la segunda guerra implicó para sus contemporáneos la cancelación absoluta de la solidaridad.

Los ciudadanos que afrontaron ese ejercicio de barbarie entraron en la disyuntiva de resistir solidariamente, rebelándose frente a lo que significaba un destino manifiesto, o bien cerrar sus puertas y ventanas, tratando simplemente de sobrevivir olvidándose del vecino, de su hermano humano, que bien pudo ser judío, gitano, homosexual, comunista, anarquista… o un simple enemigo del nazismo. El proyecto civilizatorio del nazismo rompió con los lazos solidarios que ensamblaban a la humanidad, volviendo a los amigos, enemigos.

Más de 80 años después del ascenso de Hitler al poder, el embate que actualmente confronta la humanidad es muy semejante al de la segunda guerra mundial, estamos frente a un quiebre civilizatorio, no sólo por la ola conservadora que recorre el mundo, que tiene su máximo exponente en el fascista americano Donald Trump, sino también por la ultraderechista mujer que ha sacudido a Francia: Marine Le Pen, y pasa por el crecimiento electoral de partidos con abierta simpatía ideológica al nazismo. Pero no es sólo ello, o tal vez eso es la manifestación de nuestra enfermedad, hemos roto nuestros lazos solidarios, creemos ver en el de al lado a nuestro enemigo, ese es el que nos quita el trabajo, ese el moreno, el emigrante centroamericano, el emigrante árabe… El extranjero.

La Solidaridad es un valor supremo, fue el motor generador y transformador de la humanidad.

Somos incapaces de vernos en los zapatos del Otro, somos obtusos para entender la condición de la mujer, estamos inhabilitados como humanos, como especie. Camus planteó que la solidaridad era una condición únicamente humana, es lo que hace al ser… ser humano, nuestra extrañeza frente al otro, al extremo de no reconocernos, de no vernos en el otro, en aquel que mendiga en las calles, en aquella que vende su cuerpo porque aparentemente no tiene otra habilidad, en la infancia que dejó las escuelas y los parques, que dejó los juegos… como el Oliver Twist de Charles Dickens, sólo que bajo el cristal actual y no es posible retomar el camino, no hay final feliz. Los niños dejaron las escuelas y los parques para ir a las fábricas… los niños dejaron los juegos… para matar con pistolas de verdad. Los niños dejaron los parques porque ya no son seguros y hemos sido incapaces de rebelarnos frente a ello.

En México una espiral de violencia nos recorre, más de 200 mil mexicanos muertos, más de 200 mil mujeres, varones, niños y jóvenes… 200 mil familias rotas. A esos 200 mil hay que sumarle la fantasmagórica cifra de 32 mil desaparecidos… sí, 32 mil mujeres, varones, niños y jóvenes… 32 mil familias rotas. México está roto. Hemos sido incapaces de solidarizarnos con ellos.

Hemos sido incapaces de rebelarnos ante esa década manifiesta, esa década de muerte… la sangre que corre en el país nos mancha las manos.

Para Albert Camus, la solidaridad era un asunto ético, pero también político. No se trata sólo de ser solidarios con quien conoces, con el hermano, con el amigo… con tu mujer… sino con las mujeres, con los amigos que no conoces pero que son tus amigos, en cuanto a ser humano. La solidaridad debe ser el motor moral que transforme México. La solidaridad debe ser el artilugio político que transfigure nuestra mirada. La manera en que nos vemos unos a otros, la manera en que no nos vemos, no nos vemos en los parques, no nos vemos en el transporte público, no nos vemos en la oficina, no nos vemos en el partido de fútbol. Porque no nos estamos viendo.

La solidaridad funda nuestra capacidad de vernos, en el desprotegido, en el más pobre… en esos más de 50 millones de mexicanos que viven en la pobreza, en esos más de 50 millones de mexicanos que la vida no les alcanza para nada, ni para ser solidarios entre unos y otros… ¿y los otros? ¿y nosotros? ¿somos solidarios con los otros? Hemos de alzar la mirada y vernos unos a otros y reconocernos como mexicanos. Hemos de alzar la mirada y solidarizarnos entre nosotros, ¡Rebelarnos!l

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