¿Seguridad alimentaria en riesgo?
¿Cómo podemos solucionarlo?
Por Silvana sosa clavijo
Ph.D. Experta en Desarrollo Sostenible y Sistema Agroalimentario
En un mundo globalizado y cada vez más interconectado con aproximadamente 7.9 billones de personas que alimentar y con un sector agroalimentario responsable del 10 por ciento del PIB mundial y que emplea a aproximadamente a 1.5 billones de personas, la producción y la distribución de alimentos se han visto negativamente afectadas por múltiples factores.
El cambio climático, evidenciado en las sequías prolongadas (actualmente 11 estados mexicanos se encuentran en emergencia), las olas de calor, las inundaciones y la aparición de plagas, ha provocado la pérdida de cosechas enteras, afectando el abastecimiento y precios de los alimentos en todo el mundo. Por su parte, la pandemia por COVID-19, con las consecuentes restricciones a la movilidad de personas y mercancías ocasionó disrupciones en el transporte y dificultades al comercio. Sumado a todo lo anterior, los conflictos, en especial la guerra entre Rusia y Ucrania, han afectado prácticamente todas las dimensiones del sistema alimentario: desde la producción, la cosecha, el procesamiento y el transporte hasta el suministro de insumos, la financiación, la comercialización y el consumo. A modo de ejemplo, en esta guerra se han destruido miles de hectáreas de cultivos de granos y se han bloqueado alrededor de 22 millones de toneladas de estos productos en puertos ucranianos en el Mar Negro (considerando que Ucrania es uno de los mayores exportadores mundiales de trigo, maíz y aceite de girasol).
Todos estos factores han puesto en riesgo los cuatro pilares de la seguridad alimentaria del planeta: la disponibilidad física de los alimentos, el acceso económico y físico a los alimentos, la utilización de estos, así como la estabilidad en el tiempo de las tres dimensiones anteriores. Efectivamente, no solo su acceso físico está comprometido, sino que también la propia escasez y la suba del precio de los combustibles y fertilizantes han llevado al alza de los precios internacionales, afectando negativamente el acceso económico a los mismos.
Según estimaciones de la ONU, entre 720 y 811 millones de personas en el mundo enfrentaron hambre en 2020, alrededor de 1 de cada 10. Además, se calcula que en dos años el número de personas en situación de inseguridad alimentaria grave se ha duplicado, pasando de 135 millones antes de la pandemia, a 276 millones en la actualidad. El escenario mexicano no es muy diferente.
El 59.1 por ciento de los hogares no tiene los recursos necesarios para acceder a una alimentación suficiente en cantidad y calidad (Instituto Nacional de Salud Pública de México).
Frente a este panorama adverso, ¿cómo se puede garantizar la seguridad alimentaria de las personas? Sin duda alguna, el crecimiento económico de los países por sí solo no solucionará el problema. Partiendo de la esencialidad del sector agroalimentario (como bien lo reconocieron la mayoría de los gobiernos durante la pandemia) es necesario implementar acciones resilientes que alcancen todas las dimensiones de este sector, y que se consideren todos los eslabones de la cadena de suministro de insumos y alimentos, en un contexto donde el consumo se debe ajustar a la incertidumbre global. Para ello, es deseable que las políticas públicas integren elementos de desarrollo sostenible y consolidación de la paz interna, de la mano del cumplimiento de los acuerdos internacionales.
En este escenario, Ucrania y Rusia firmaron un acuerdo para desbloquear las exportaciones de cereales que están en los puertos ucranianos a causa de la invasión, y la comunidad internacional observa con inquietud el cumplimiento de este acuerdo.
Es necesario implementar acciones resilientes que alcancen todas las dimensiones del sector agroalimentario
Es fundamental que los gobiernos garanticen el acceso a los alimentos (inocuos y nutritivos) con énfasis en las poblaciones vulnerables y que se asegure la producción nacional, apoyando a los pequeños y medianos productores. En este sentido, el Banco Mundial ha destinado 12,000 millones de dólares para la agricultura, el suministro de agua, el riego, y la protección social de los hogares pobres en África, Oriente Medio, Europa del Este y el centro y sur de Asia; garantizando que los agricultores estén preparados para la próxima siembra y que se eviten las restricciones a la exportación y el consecuente aumento de precios y especulación. Mientras tanto, en México, la Red de Bancos de Alimentos se está asociando con empresas privadas, como es el caso de Kellogg´s, para prevenir la inseguridad alimentaria a través de acciones como son los donativos en especie, los programas de desayunos y el rescate de frutas y verduras. Además, otra vía para garantizar la seguridad alimentaria es promover una mayor proliferación de los mercados de productores (MP), como ya se viene haciendo en México, que constituyen un gran avance en la comercialización sin intermediarios, apostando fuerte al precio justo para el consumidor y mayores ingresos para el productor, aparte de los beneficios de los procesos productivos agroecológicos y sostenibles que estos mercados ofrecen al consumidor.
Finalmente, es prioritario mejorar la distribución alimentaria gestionando efectivamente la pérdida de alimentos para lograr su reducción. En México se desperdician más de 10 mil toneladas de alimentos al año, que representan el 37 por ciento de la producción agropecuaria y el 2.5 por ciento del PIB. Al respecto, algunas medidas que ya se están aplicando en Europa y que son perfectamente replicables en Latinoamérica son, por ejemplo; que restaurantes (y lugares de comida en general) cuenten con suficientes recipientes para que los comensales lleven los alimentos sobrantes a sus hogares; convertir los alimentos sobrantes en mermeladas, conservas, alimentos para animales o composta; y que los comercios disminuyan los precios de los alimentos que están próximos a su fecha de vencimiento.
En suma, todas estas acciones, en conjunto con la innovación de los sistemas alimentarios y el fortalecimiento de los sistemas de información, ayudarían a garantizar la disponibilidad física de los alimentos y el acceso económico y físico a los mismos en tiempos de crisis e incertidumbre.