De la prepa a la universidad: una transición sin abandonos

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Si se pudiera plasmar en un mapa, la ruta que debería seguir un joven mexicano para garantizar su formación universitaria mostraría un tramo en color rojo, la tonalidad que suele usarse para indicar zonas de peligro o algún grado de riesgo. En este plano ficticio, el intervalo rojo correspondería al paso de la preparatoria (educación media superior) a la universidad, una transición en la que se interrumpen muchas aspiraciones académicas.

De acuerdo con las estimaciones más recientes de la Secretaría de Educación Pública (SEP), la tasa de deserción en el nivel medio superior se ubica en 14.5%. En primera instancia, la cifra no parece escandalosa; sin embargo, hay que asomarse a otros datos para darle una perspectiva real. Según la SEP, en educación secundaria, el índice de abandono se calcula en 5.3%, y en primaria en 0.6%.

Por otro lado, según una investigación de la Subsecretaría de Educación Media Superior (SEMS) de la SEP, el factor dinero tiene un rol protagónico en las deserciones de los preparatorianos. De acuerdo con el estudio, 38% de los abandonos se debe a la falta de recursos financieros en el hogar —impedimento para pagar materiales escolares, pasajes o inscripción—, situación que supera a otras circunstancias, como baja por reprobar materias (23%), asignación de un turno no deseado (7%) y poco interés en los estudios (5%).

Este obstáculo en el camino, desde una perspectiva simplista, no parece imposible de superar: con acceso a un financiamiento, las familias evitarían la deserción de un preparatoriano. Por desgracia, el remedio no es tan sencillo, y en ello influyen las prácticas financieras de los mexicanos, especialmente su aversión a los créditos formales.

Indicadores de la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera apuntan que casi 20 millones de adultos mexicanos sólo recurren a préstamos informales —que reciben de familiares, amigos, agiotistas o tandas—, los cuales no ofrecen soluciones de largo plazo, implican condiciones de pago abusivas y pueden lesionar relaciones personales. Quienes optan por un crédito formal (otorgado por una institución del sistema financiero), según datos del Reporte Nacional de Inclusión Financiera, sólo representan alrededor del 10% de la población.

La inclinación por los financiamientos informales, en opinión de algunos especialistas, tiene su origen en la desconfianza de muchos consumidores. Por ejemplo, de acuerdo con un sondeo de escala nacional, más del 50% de los adultos mexicanos no confía en las instituciones bancarias; en un periodo de cinco años, el 47% recurrió a los financiamientos informales, y el 67% opinó que los bancos abusan de las personas.

El entorno no podría resultar más contradictorio: jóvenes que abandonan la educación media superior por falta de recursos financieros y familias que no tienen buenas opciones para conseguir el capital necesario. ¿Cómo superar esta circunstancia? Olvidándose de “prejuicios financieros” y privilegiando el análisis.

Este proceso inicia con entender que un instrumento financiero no debería evaluarse con la escala de “bueno o malo”. Un crédito, como una tarjeta bancaria o una hipoteca, es una herramienta que debe apreciarse desde la perspectiva de la meta que se desea conseguir, y de lo que implicará en términos de requisitos, obligaciones y beneficios potenciales. Cuando se toma en cuenta este criterio, los atributos que pasan al primer plano son:

  • Accesible. Es un financiamiento con requisitos claros y que no compromete las finanzas de una familia.
  • Útil. Garantiza el cumplimiento de una meta, como evitar la deserción académica por motivos económicos.
  • Confiable. Está respaldado por el sistema financiero y las autoridades, y cancela la posibilidad de sufrir abusos o amenazas.

Esta visión debe complementarse con otra buena práctica: explorar las opciones que ofrece el mercado financiero hasta encontrar el producto ideal. En el caso de México, esto revelará la disponibilidad de alternativas especializadas en financiamiento educativo; algunas de ellas, muy convenientes para facilitar la transición de la educación media superior a la universidad.

Dichas opciones, más allá de su carácter especializado en educación, también deben ser evaluadas con detenimiento. En este nicho, los financiamientos de mayor calidad incluyen características como:

  • Claridad en los requisitos y los trámites.
  • Alianzas con instituciones académicas de reputación probada.
  • Tasa de interés y pagos fijos.
  • Plazos razonables para liquidar el crédito.
  • Consentimiento para aprovechar becas académicas y pagos adelantados sin penalización.

En realidad, aprovechar un crédito para asegurar una formación universitaria no tendría que asustar a nadie. A pesar de las aversiones aparentes, muchas familias mexicanas, a la hora de construir un patrimonio (adquirir una casa o un automóvil, iniciar un negocio, comprar una franquicia), han encontrado una solución en el financiamiento formal. Por supuesto, materializaron sus anhelos mediante la inversión de grandes dosis de planeación, responsabilidad y trabajo. La educación de un hijo bien vale la misma actitud.

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