Los instrumentos de positividad de un líder

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Por Marvio Portela, vicepresidente para América Latina, SAS
A la hora de enfrentar un desafío de negocios, ¿cuál es el recurso que resulta imprescindible: la experiencia o la actitud positiva? En mi experiencia –que, en tiempos recientes, abarca casi dos años dirigiendo una operación en Asia Pacífico y cuatro meses en mi actual posición-, podría afirmar que los “instrumentos de positividad” son herramientas de liderazgo que, en muchas circunstancias, resultan más valiosas que una larga trayectoria profesional.
Cuando tomé el mando de las actividades asiáticas, desde una oficina en Melbourne, Australia, estaba consciente de que estaba abandonando mi zona de confort: no estaba familiarizado con el mercado de la región (una zona con culturas y estándares empresariales diversos), la posición era nueva para mí y, por si lo anterior fuera poco, no estaba acostumbrado al inglés con acento australiano. 
En un escenario tan retador, descubrí que la inclinación por las conductas positivas puede transformar exitosamente a una organización y sus colaboradores, creando un ambiente que facilita el logro de los objetivos. En ese sentido, hay cuatro actitudes que me parecen relevantes:

  • Respeto: un trato cordial y considerado hacia todos los integrantes de la compañía, más allá de cualquier distinción personal o de rango corporativo.
  • Buena disposición: la vocación por realizar el máximo esfuerzo, y contribuir al éxito de la compañía en su conjunto -aportando ideas, compartiendo conocimiento, ayudando en diferentes tareas, etcétera.
  • Sinceridad: un flujo de comunicación y colaboración definido por la absoluta honestidad, el cual debe ponerse en práctica tanto en los buenos como en los malos momentos.
  • Transparencia: una actitud que, sustentada en la confianza absoluta que se otorga a los miembros de la organización, evita secretos y encubrimientos. Si hay un anhelo colectivo por el éxito, no será necesario ocultar información.

Con estas disposiciones positivas se puede evitar una tendencia que, aunque muy natural, resulta contraproducente para el progreso de una empresa: los seres humanos somos más propensos a criticar que a conceder una oportunidad para que la gente mejore.
Para arraigar esta cultura de positividad, he recurrido a distintas prácticas que fomentan la cercanía y la empatía en los equipos de trabajo; y que lo logran al poner atención en los pequeños detalles, aquellos que no parecen trascendentes pero que son vitales para elevar la moral y el desempeño de las personas.  
Por ejemplo, organizo reuniones semanales -hoy con mis líderes en las diferentes naciones de América Latina- que sirven para crear un sentido de trabajo colectivo, compartir aprendizajes, enfrentar las dificultades como equipo y celebrar los éxitos.
Asimismo, trato de construir ambientes laborales en donde las estructuras jerárquicas (o de cualquier otra índole corporativa) no deben impedir el desarrollo de vínculos de confianza y positividad. Una muestra de ello: un partido de futbol con mis compañeros -sean gerentes, becarios, ejecutivos- es una diversión que nunca rechazaré.
Ser un líder positivo no significa ser un líder irrenunciablemente optimista. En realidad, se trata de aplicar un liderazgo que recurre a las mejores actitudes de una persona -los valores con los que nos gusta guiarnos en la vida diaria- y las pone a disposición del éxito de la empresa.         

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