¿Son responsables las empresas?

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Por Raúl Franchi

Profesor del área académica de Factor Humano de IPADE Business School

Cuando mi director de tesis me invitó un café, mi proyecto doctoral sobre ética y responsabilidad de la empresa dio un vuelco de 180 grados. Una empresa, afirmó, no puede ser llamada ética o responsable, porque no es una entidad pensante, ni toma decisiones por sí misma. Sí, repliqué, pero todo el mundo habla de ética de la empresa y de empresa responsable. Es verdad, contestó, pero sólo por extensión, o analogía. En todo caso, un estudio serio debe investigar la ética del dirigente de empresa, o del empresario, salvo que demuestres que una empresa puede, en rigor, ser llamada responsable.

Esta frase lapidaria me condenó a varios años de trabajos forzados. La idea iba y venía en mi mente. “Una empresa no piensa”. O, ¿acaso sí? Los seres humanos no sobrevivimos en la soledad absoluta, ni física ni emocionalmente. Acumulamos, recibimos y nos transmitimos patrones de pensamiento y conductas, valores y creencias. Estudié los trabajos de Gustave Le Bon sobre psicología de las masas. Me sumergí en un extenso debate global en torno a la posibilidad de que las organizaciones humanas posean intención, e incluso algún modo de inteligencia propia, sin conclusiones claras.

Además de consultor, autor y académico en el tema, he sido empresario y directivo, por lo que no podía quedarme en argumentos abstractos. Exploré una ruta financiera y concluí que una empresa está conformada por cinco participantes, según queda asentado contablemente en las cinco cuentas principales del estado de resultados: ventas, costo de ventas, gastos de operación, impuestos y utilidades.

Por tanto, dichos participantes son cinco: los colaboradores y los inversionistas, los clientes y

los proveedores, finalmente la comunidad política, que participa de la mayor parte de la riqueza creada mediante decenas de tributaciones. Todos los participantes mencionados son miembros

de dicha comunidad, que se extiende mucho más allá de los linderos operativos de la empresa.

Estos cinco grupos entablan entre sí miles de relaciones de intercambio, donde alguien da algo

a cambio de algo. Cada transacción puede realizarse en un marco justo, o un marco en el que alguien sale lastimado, por ejemplo, engañando al comprador, abusando del colaborador o del proveedor. Incluso el medio ambiente es parte del modelo, puesto que construye un bien común para la comunidad política.

Comencé a ver a la empresa como una madeja de relaciones, a manera de hilos de un tejido. Si estos hilos son débiles, lo será también la empresa; si son fuertes, la empresa será semejante a un tapete persa, que sobrevive durante generaciones.

Quienes participan en la creación de riqueza son, además, partícipes en su distribución. Lo hacen de dos maneras: buscan su propio provecho,  o además miran al bien común. El primer escenario es egoísta y produce, según el ejemplo, un tapete poco  durable; en el segundo, diversos valores como la solidaridad y la dignidad de la persona refuerzan el tejido y producen un tapete de gran calidad. Cuando estos valores se impregnan en las operaciones, se va fraguando cierta estructura ética y una cultura de integridad. Trabajar por algo que nos trasciende crea un ambiente de colaboración y un compromiso que tiende a la unidad. Eso significa la palabra integridad.

Dicha unidad tiende a conformar un espíritu común. En ocasiones nos referimos al espíritu de un pueblo, por ejemplo, el alemán; también al espíritu de un equipo deportivo, o de una congregación religiosa, por no hablar del de una familia cuyos miembros tienen conciencia clara de pertenencia y los unen fuertes lasos afectivos. De este modo, la conformación de un espíritu colectivo sólo se produce cuando los participantes miran al bien común y por esta vía tienden a la unidad.

Otro elemento fundamental son los grados de libertad. Un principio de economía política establece que, en una sociedad ideal, debe haber “tanta libertad como sea posible y tanto control como sea necesario”. Este es el principio de subsidiaridad, que desarrolla a las personas, además las empodera y hace partícipes de todo género de iniciativas y decisiones.

Es en este momento cuando se crean vínculos sólidos y se gesta una especie de autonomía colectiva, de modo que el grupo cobra cierto movimiento propio, con sentido y propósito común, independiente de sus integrantes aislados. Con el tiempo todos pueden ser reemplazados, pero el movimiento, conocimientos y pasiones, permanecen.

Por último, esta condición favorece ciertos patrones comunes de percepción de la realidad y de pensamiento, de pasión compartida y conductas, elementos que conducen a actos repetitivos que se transforman en hábitos organizacionales, para configurar finalmente el carácter

de la empresa.

Esta empresa puede ser llamada ética o responsable por sí misma, en rigor, porque sus participantes han cedido autonomía de manera voluntaria, es decir por convicción y no coacción o interés propio, para dotar al colectivo de una autonomía propia, que trasciende a sus participantes.

En semejante situación los controles y normas son menos necesarios. Paradójicamente, los actos tienden a ser más espontáneos, libres, sujetos al criterio individual.

¿Qué sucedió?Los miembros cedieron libertad individual que se transformó en autonomía grupal, que a su vez les devuelve con creces la libertad inicialmente cedida.

De esta forma, se gesta una conciencia colectiva que refleja las conciencias individuales y

sólo es posible en una empresa ética. En resumen, una empresa no puede ser llamada ética o responsable, en rigor, excepto cuando ha alcanzado este nivel de cohesión y congruencia entre quienes la integran.

¿Es responsable la empresa? Eso va a depender de su grado de madurez e institucionalización, en un marco ético. Estoy resumiendo un estudio mucho más extenso, a riesgo de omitir detalles importantes, pero de esta manera pude defender el grado y quedó zanjado aquel debate con mi director de tesis doctoral, en torno a la ética y responsabilidad de las empresas.

Trabajar por algo que nos trasciende crea un ambiente de colaboración y un compromiso que tiende a la unidad.

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